I will wait for you

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"Expectations" - Christophe Vacher

martes, 24 de febrero de 2015

Poemas enlazados





Young Girls at the Piano (La Leçon de piano) ca. 1889
Pierre-Auguste Renoir (French, 1841–1919)

La Ständchen –Serenata- D. 957 la compuso Franz Schubert durante su último año de vida. Es una de sus obras más conocidas y difundida en innumerables versiones. Schubert se inspiró en un lied, obra del poeta Heinrich Friedrich Ludwig Rellstab, poeta y crítico de música alemán (n.Berlin, Alemania, 1799 - † 1860), hijo del editor y compositor musical Johann Carl Friedrich Rellstab.


Franz Schubert - Wilhelm August Rieder (1875)


Es posible que ante la cercanía de la muerte, Franz Schubert se preparaba para ella, mientras componía su Serenata, rodeado de la luminosa belleza y serenidad de su música, que lo ha vuelto inmortal. 


SERENATA

(Heinrich Friedrich Ludwig Rellstab)


Quedo, implorando mis canciones
A ti a través de la noche;
Abajo, en la tranquila arboleda,
¡Amada, ven a mi lado!

Murmurantes, esbeltas copas susurran
A la luz de la luna,
El acecho hostil del traidor
No temas, tú, amada.

¿Oyes gorjear a los ruiseñores?
¡Ay! Ellos te imploran,
Con el sonido de dulces quejas
Imploran por mí.

Comprenden el anhelo del pecho,
Conocen el dolor del amor,
Conmueven con los argentinos sonidos
A todo tierno corazón.

Deja también conmoverse tu pecho,
Amada, escúchame;
¡Trémulo aguardo el encuentro!
¡Ven, hazme feliz!






LA SERENATA DE SCHUBERT



(Manuel Gutiérrez Nájera)




¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota

Esparciendo sus blandas armonías,
Y parece que lleva en cada nota
¡Muchas tristezas y ternuras mías!


¡Así hablara mi alma... si pudiera!
Así dentro del seno,
Se quejan, nunca oídos, mis dolores!
Así, en mis luchas, de congoja lleno,
Digo a la vida: ¡Déjame ser bueno!
Así sollozan todos mis amores!

¿De quién es esa voz? Parece alzarse
Junto del lago azul, noche quieta,
Subir por el espacio, y desgranarse
Al tocar el cristal de la ventana
Que entreabre la novia del poeta...
¿No la oís como dice: «hasta mañana»?

¡Hasta mañana, amor! El bosque espeso
Cruza, cantando, el venturoso amante,
Y el eco vago de su voz distante
Decir parece: «hasta mañana, beso!»

¿Por qué es preciso que la dicha acabe?
¿Por qué la novia queda en la ventana.
Y a la nota que dice: «¡Hasta mañana!»
El corazón responde: «¿quién lo sabe?»

¡Cuántos cisnes jugando en la laguna!
¡Qué azules brincan las traviesas olas!
En el sereno ambiente ¡cuánta luna!
Mas las almas ¡qué tristes y qué solas!

En las ondas de plata
De la atmósfera tibia y transparente,
Como una Ofelia náufraga y doliente,
¡Va flotando la tierna serenata...!

Hay ternura y dolor en ese canto,
Y tiene esa amorosa despedida
La transparencia nítida del llanto,
¡Y la inmensa tristeza de la vida!

¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran?
Parecen ilusiones que se alejan...
Sueños amantes que piedad imploran,
Y como niños huérfanos, ¡se quejan!

Bien sabe el trovador cuán inhumana
Ara todos los buenos es la suerte...
Que la dicha es de ayer... y que «mañana»
Es el dolor, la obscuridad, !la muerte!


El alma se compunge y estremece
Al oír esas notas sollozadas...
¡Sentimos, recordamos, y parece
Que surgen muchas cosas olvidadas!


¡Un peinador muy blanco y un piano!
Noche de luna y de silencio afuera...
Un volumen de versos en mi mano,
Y en el aire ¡y en todo! ¡primavera!



¡Qué olor de rosas grescas! en la alfombra
¡Qué claridad de luna! ¡qué reflejos!
...¡Cuántos besos dormidos en la sombra,
Y la muerte, la pálida, qué lejos!

En torno al velador, niños jugando...
La anciana, que en silencio nos veía...
Schubert en su piano sollozando,
Y en mi libro, Musset con su «Lucía».

¡Cuántos sueños en mi alma y en tu alma!
¡Cuántos hermosos versos! ¡cuántas flores!
En tu hogar apacible ¡cuánta calma!
Y en mi pecho ¡qué inmensa sed de amores!

¡Y todo ya muy lejos! ¡todo ido!
¿En dónde está la rubia soñadora?
...¡Hay muchas aves muertas en el nido,
Y vierte muchas lágrimas la aurora!

...Todo lo vuelvo a ver... ¡pero no existe!
Todo ha pasado ahora... ¡y no lo creo!
Todo está silencioso, todo triste...
¡Y todo alegre, como entonces, veo!

...Esta es la casa... ¡su ventana aquélla!
Ese, el sillón en que bordar solía...
La reja verde... y la apacible estrella
Que mis nocturnas pláticas oía!


Bajo el cedro robusto y arrogante,
Que allí domina la calleja obscura,
Por la primera vez y palpitante
Estreché con mis brazos, su cintura!

¡Todo presente en mi memoria queda!
La casa blanca, y el follaje espeso...
El lago azul... el huerto... la arboleda,
Donde nos dimos, sin pensarlo, un beso!

Y te busco, cual antes te buscaba,
Y me parece oírte entre las flores,
Cuando la arena del jardín rozaba
El percal de tus blancos peinadores!

¡Y nada existe ya! Calló el piano...
Cerraste, virgencita, la ventana...
Y oprimiendo mi mano con tu mano,
Me dijiste también: «¡hasta mañana!»


¡Hasta mañana!... Y el amor risueño
No pudo en tu camino detenerte!...
Y lo que tú pensaste que era el sueño,
Fue sueño, ¡pero inmenso! ¡el de la muerte!


¡Ya nunca volveréis, noches de plata!

Ni unirán en mi alma su armonía,

Schubert, con su doliente serenata

Y el pálido Musset con su «Lucía».










Manuel Gutiérrez Nájera (Ciudad de México, 1859 - 1895) poeta, escritor y cirujano mexicano.  Justo Sierra identificó su estilo literario como «especie de sonrisa del alma».









Serenata de Schubert en piano y violín





Alfred de Musset escribió esta Elegía, uno de los poemas célebres del Romanticismo francés, al que se refiere Manuel Gutiérrez Nájera en el poema precedente.









LUCIA



Plantad, amigos, cuando yo muera, 
Un triste sauce en el cementerio; 
Pláceme un árbol tan funeral, 
Y ha tiempo aguardo que en el misterio 
Será su sombra, sombra ligera 
Para mi humilde lecho mortal. 

Estábamos sentados juntos: ella 
Inclinaba su frente y sobre el piano 
Dejaba en tanto, pensativa y bella, 
Al capricho vagar su blanca mano, 
No era más que un murmullo: parecía 
La tenue voz de un céfiro distante 
Que al ave implume despertar temía, 
Y entre los juncos revolaba errante, 
Los delirios, las ansias voluptuosas 
Que en horas melancólicas brotaron, 
Salieron del capullo de las rosas 
Y a fuego lento el corazón quemaron.
 
Meció su rama mustia el roble añoso, 
La estrella del pesar rasgó su velo, 
Y al gemir de la noche, en el reposo, 
Nos pareció que nos hablaba el cielo. 
Entraba por las rejas entreabiertas 
El olor virginal de los collados. 
Estaban las praderas ya desiertas, 
Y estábamos los dos enamorados. 

Estábamos así meditabundos, 
Solos y tristes, y en la edad florida 
En que se van las almas a otros mundos, 
Y aspiran lo inmortal en otra vida. 
Yo me puse a mirarla: era Lucía 
En lo infinito del dolor un astro: 
Era rubia, y el rostro le cubría 
La suave palidez del alabastro. 

Nunca otros ojos, en mayores duelos, 
Buscaron más la luz en lo futuro, 
Sondearon más lo inmenso del cielo, 
Ni reflejaron un azul más puro: 
Yo me embriagaba en su hermosura, y tanto 
La castidad solemnizó sus gracias, 
Que en ella halló por fin mi afecto sano 
Una hermana de dichas y desgracias.

Pasaban en silencio los momentos; 
Y viendo yo que su semblante ardía 
En la llama de ocultos pensamientos, 
Cogí su mano y la estreché en la mía. 
Y entonces comprendí que en los enojos 
De la fortuna, sólo dan la calma 
La juventud de unos hermosos ojos 
Y la apacible juventud del alma. 

Levantóse la luna en el Oriente 
En medio de la atmósfera serena; 
Y ella al sentir la luz sobre su frente, 
Sonrió cual ángel y cantó su pena: 
¡Oh diosa del dolor! ¡Dulce armonía! 

Idioma del amor y del consuelo, 
Que Italia nos prestó con la poesía, 
Y que la Italia recibió del cielo! 
¡Lengua del corazón, sublime acento 
Idealidad, que va en la nube esbelta, 
Espacio en que no teme el pensamiento 
Pasar cual virgen en su velo envuelta! 

¡Oh! Quién puede saber cuántos halagos 
Siente la joven que infeliz delira, 
Y lo que dice en los suspiros vagos 
Que nacen en el aire que respira! 
¿Quién lo puede saber? Uno sorprende 
Una mirada, y lo demás lo ignora 
La multitud, como jamás entiende 
Lo que en la noche y en los bosques llora. 

Los dos a contemplarnos nos pusimos, 
Y estrechó su horizonte la esperanza, 
Y dentro del pecho retemblar sentimos 
El eco angelical de su romanza. 
Ella inclinó en mi seno su cabeza 
Y comenzó a gemir, ¡oh mi querida! 
¿Sentiste a Desdémona afligida? 

¡Tú llorabas, mi bien! Tu boca mustia 
Mi boca comprimió; su duro peso 
Sobre tu cuello descargó la angustia 
Y fue el dolor quien recibió mi beso. 

Así yo te besé pálida y yerta: 
Así dos meses después, ¡oh niña mía! 
Estabas ya bajo la tierra, muerta
Y yerba vil sobre mi amor crecía! 

No fue muy duro tu existir: al verte, 
Te protegió risueña la fortuna; 
Y una mañana al despertar, la muerte 
Voló hacia Dios y te llevó en la cuna. 

¡Oh dulce hogar que hospeda a la inocencia! 
¡Cantos, sueños de paz, glorias doradas! 
¡Oh augusta soledad, santa creencia, 
Sonrisas de placer, tristes miradas! 
¡Y tú también, pasión conmovedora, 
Que en el umbral de Margarita hacías 
Temblar a Fausto!… ¿a dónde estáis ahora, 
Dulce candor de los primeros días?… 

¡Duerme por fin en paz! Duerme, ángel mío! 
¡Paz profunda a tu alma! ¡Adiós! Tu mano 
Ya no más en las noches del estío 
Podrá vagar sobre el marfil del piano… 

Plantad, amigos, cuando yo muera, 
Un triste sauce en el cementerio; 
Pláceme un árbol tan funeral!, 
Y ha tiempo aguardo que en el misterio, 
Será su sombra, sombra ligera 
Para mi humilde lecho mortal. 



Traducción de Juan Clemente Zenea, poeta cubano del siglo XIX.









Louis-Charles-Alfred de Musset (n.París, 1810 – † 1857) escritor y dramaturgo francés del romanticismo.






Paris, Tumba de Musset en Père Lachaise, obra del escultor Jean Auguste Barre,
a la sombra del triste sauce  / Fotografía de JLPC