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"Expectations" - Christophe Vacher

jueves, 27 de diciembre de 2012

Otra cara de todas las guerras

En la frontera del Imperio: Jalonado por catorce fuertes y ochenta fortines, el muro de Adriano fue erigido en 122 d.C. para separar la Britania romana de los pueblos pictos que vivían en Escocia.
Rod Edwards/ GETTY IMAGES
 



Blues de la Muralla Adriana



Un viento de tormenta sopla sobre el rastrojo,
Tengo frío en la nariz, y en mi túnica piojos.
Viene la lluvia repicando del alto cielo inglés,
Soy un soldado de este muro, y no sé por qué.

La neblina lo está cubriendo todo,
Mi chica está en Tungria, yo duermo solo.
Aulus es un tipo que le arrastra el ala,
No me gusta su estilo, no me gusta su cara.

Piso es un cristiano, su dios es un pescado:
Si por él fuera los besos se habrían terminado.
Ella me dio su anillo; lo jugué y lo perdí:
Yo quiero a mi chica, y también me quiero a mí.

Cuando tenga un solo ojo y sea un veterano
No haré más que mirar el cielo del verano.



W.H. Auden 

poeta inglés-estadounidense, 1907-1973
Traducción Daniel Samoilovich y Mirta Rosenberg


* * *


El muro de Adriano fue la frontera entre el Imperio Romano y las belicosas y bravas tribus del norte de la actual Gran Bretaña, los pictos (cuyo territorio vendría a coincidir con la Escocia actual. Fue una obra de ingeniería impresionante construida durante los años 122-132 por orden de emperador Adriano.

La muralla trascurre en unos 117 km desde el golfo de Solway, en el oeste, hasta el estuario del Tyne en el este. Con un grosor de 2,4 a 3 metros y una altitud de entre 3,6 y 4,8 metros disponía de 14 fuertes y 80 fortines militares para su defensa. Desde los restos de alguno de estos se disfruta de unas vistas extraordinarias.

En la actualidad todavía quedan restos de esta impresionante obra militar y defensiva, a pesar de que durante siglos los habitantes de pueblos cercanos han utilizados sus piedras para construcciones de todo tipo. 

*  Fuente:


Cómo versar la guerra 

Artículo del poeta Daniel Samoilovich.
Publicado originalmente por diario El Mercurio, 20 de febrero de 2005.

Auden no asume la voz del bienpensante que se compadece del soldado, sino del propio soldado. Su poesía no es una monserga pacifista, no es una respuesta, sino una pregunta por el destino del hombre y el sentido de la historia.
También es actual su mensaje político, y lo es porque su eficacia poética es absoluta, una demostración de lo mucho que la poesía puede aportar para sustraerse a los cantos de sirena de la guerra y la violencia, abstracciones, disparates y mentiras por las que sufren seres humanos de verdad.

Simplemente un hombre.

Ese soldado solitario merece simpatía no por ser un héroe, ni un antihéroe, ni un enamorado, ni un ciudadano de pro, sino simplemente por ser un hombre.

El "Blues de la Muralla Adriana" muestra a un soldado en los confines del imperio, velando por una idea que no entiende o un poder con el que no se identifica; extrañando a su chica, lejana, angustiándose por los que merodean en torno a ella.
Creo que el asunto clave, la tremenda fuerza política del poema, finca en buena medida en el hecho de que este soldado no es un hombre idealizado, ni lo es su amor por su novia: el anillo que ella le dio, él cuenta frescamente que lo perdió a los dados, y por otra parte no anhela volver a su patria para consagrarse a algo especialmente útil, sino para mirar el cielo con el único ojo que imagina ha de quedarle. No es, desde luego, un gran objetivo, y sin embargo es enteramente respetable.
Ese soldado solitario merece simpatía no por ser un héroe, ni un antihéroe, ni un enamorado, ni un ciudadano de pro, sino simplemente por ser un hombre; además, un hombre que, batido por el viento cruel de unos poderes que determinan su presente, pese a todo tiene el valor de reírse un poco de los demás y otro poco de sí mismo. 

Su propia simpleza torna más injusta su suerte; más aún que si fuera una especie de pacifista o progresista avant la lettre. 

Su sencillez y desparpajo son el espejo invertido donde se refleja, mejor que en cualquier otro sitio, la astucia infantil, cuando no la estupidez lisa y llana, que priva en casi todos los arrestos de guerra ofensiva a lo largo de la historia.
El ritmo de cancioncilla, el fraseo popular del tetrámetro yámbico y sus rimas pareadas dan forma a este infantilismo, respetable y delicioso en el soldado, siniestro en los hacedores de la guerra.

Otra clave del pequeño poema es el punto de vista: Auden no asume la voz del bienpensante que se compadece del soldado, sino del propio soldado; es de su propia canción que surge ese pequeño gran personaje que hemos descrito; apenas se piense un poco en ello, se entenderá que ningún otro punto de vista hubiera podido llevar a ese resultado.

Éste es un rasgo característico de Auden: cada elección, cada palabra, cada acento da en el blanco, como alguien que tirara una moneda al aire y le metiera diez balas por el mismo agujero. 

Es la certeza total, la habilidad absoluta puesta al servicio de un sujeto poético que, como el sabio verdadero, es sabio porque quiere saber, no porque lo sabe todo; efectivamente, el poemita no es una monserga pacifista, no es una respuesta, sino una pregunta por el destino del hombre y el sentido de la historia; pero qué poco significativas suenan estas palabras enunciadas como conceptos, en contraste con la visibilidad perfecta de nuestro soldado al pie de la muralla.
Es la poesía la que da significación a las ideas, desde los presocráticos en más, pasando obviamente por la metáfora de la caverna de Platón.



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