¿Un poeta nace o se hace?
Este medio internáutico es bastante efímero, aún así he logrado contar con una decena de contactos, frente a los que no tengo miedo de llamarlos amigos. Pero la amistad, si no se cimenta en raíces verdaderas, es como flor silvestre, que dura lo que dura la primavera, echándonos encima todo el peso de su levedad.
Pero la poesía es diferente, los sentimientos que la inspiran pueden ser cambiantes, mas ella permanece firme, con su huella indeleble que deviene en eternidad.
¿Será por eso que amamos la poesía?
Sigo día a día la obra de varios poetas contemporáneos del círculo hispanoamericano que exponen su obra en estos muros virtuales. Son reales tesoros de arte y letras que vale compartir.
En relación a esto último, no creo que existan poetas que escriban para sí mismos, en exclusiva. Hay una poderosa llama interna que puja por salir a la superficie e iluminar a otros.
A lo largo de la historia los poetas han reconocido la importancia del lector, que vuelve su obra inagotable, que parece re-crearse en cada nueva perspectiva. La poesía es pues una obra inconclusa, si no en su forma, en su significación.
Creo, como lo he dicho antes, que toda poesía es parte de un solo poema universal, en un desfile de musas, poetas y lectores.
Aunque muchos tildan de mercantilismo el querer difundir la propia obra, creo que estos esfuerzos son muy legítimos, si sus recursos son honestos y genuinos.
Volviendo a la idea del poema universal, es imposible desconocer la influencia que otros poetas del pasado o del presente, han ejercido en la inspiración y estilo propio de cada poeta emergente. Un poeta amigo les llama muy acertadamente sus “bardos de amada herencia”. Sería muy soberbio creerse autosuficiente en este sentido, como en todo orden de cosas, necesitamos de otros para aprender y perfeccionarnos.
Cada poeta, como cada ser humano, tiene un bagaje que ha ido recabando a lo largo de su vida.
¿Cómo no sentirse parte de esa “amada herencia”?
Esto no tiene que ir en menoscabo de la capacidad y obra propia. Querer menospreciar esta influencia es como renegar de nuestros propios genes y sentirnos algo así como resultados de laboratorio, sin padres ni ancestros.
Pero para reconocer la grandeza e importancia de otros que nos precedieron, debemos estar seguros de nuestra propia grandeza. Sólo el poeta que está muy seguro de sí mismo es capaz de reconocer quiénes le han ayudado a moldear su arcilla hasta convertirla en obra maestra.
Entonces llegamos a la pregunta inicial ¿Un poeta nace o se hace? Hay quienes se inclinan por esto último, poniendo toda la fe en el aprendizaje. Yo en cambio empiezo por darle mayor énfasis al “talento”, el mismo al que se refiere la famosa parábola evangélica. Quien no cuenta con ello jamás tendrá meritos suficientes para poder ser llamado poeta, por mucho que se esfuerce. Esa semilla de la poesía con la que se nace es un don, también en el sentido bíblico. Pero al mismo tiempo existe el llamado a “hacer crecer los talentos”, he aquí la responsabilidad del don, la que nos acompaña toda la vida, a menos que reneguemos de ella.
Qué patético es descubrir a un poeta o un artista al que los reconocimientos sociales le hacen creer que es autosuficiente, que no necesita de otros, que está en la cumbre de su poesía, que ya nada tiene que aprender ni perfeccionar. En ese mismo momento comienza a estancarse, sus musas lo abandonan y le develan así la precariedad del ser. Estará condenando a muerte a su poesía, que, bajo mi perspectiva, es también nuestra.
Como en todo orden de cosas, sólo dejamos de aprender cuando morimos, aún este límite que nos plantea la muerte puede ser objeto de duda, como para aquellos que creen en la reencarnación, cada vida es una nueva oportunidad de aprendizaje, en este camino ascendente a la perfección.
Yo veo la vida como un viaje en espiral y la muerte como un paso a otra dimensión, pero esto último es más bien en el plano religioso, así que pueden saltárselo, si lo desean.
Siguiendo esta línea analítica, yo creo que el poeta nace y se hace. Tiene toda una vida para hacerse, algunos una breve vida, como es el caso de John Keats y de la mayoría de los poetas y artistas del Romanticismo y tantos otros, por desgracia muchos… También en nuestra contemporaneidad.
La mayoría de los poetas sienten un impulso irrefrenable de escribir acerca de su propia visión sobre la poesía, dejándonos plasmada su experiencia en el camino de la creación poética.
Cada poeta es único, como única su obra; así como es imposible encontrar un ser humano idéntico a otro. Esa es la riqueza de la humanidad. Me rehúso a aceptar que se me considere un punto en la masa.
Pero hay que tener mucha humildad al enarbolar esta idea, si bien es cierto que cada uno es único y producto de su propio esfuerzo, solo los verdaderamente grandes pueden mirar a los más pequeños desde una misma altura. No hay nada más desagradable que los egos inflados artificialmente, como globos a punto de reventar. La grandeza debe ir de la mano de la humildad, que nos permite ver nuestra propia pequeñez y levedad. Lo único que queda con el paso del tiempo, son nuestras obras, de allí que la poesía deviene en eternidad.
Es un deber perseguir la perfección, pero concientes de que ella nunca se deja alcanzar, ni menos se entregará plenamente desnuda ante nuestros ojos, al menos no en esta vida. Pero tenemos toda la vida aquí, para perseguirla.
El poeta se debe tanto a sus predecesores como a los poetas que están por venir, a ellos dejará su poesía en herencia. También se debe a sus lectores, a los que llegan a su obra con interés y que permanecen junto a ella atesorándola con fidelidad.
El poeta le imprime sentido a sus versos en su acto poiético, luego viene el lector y lo descubre y aún lo convalida, lo recrea y lo difunde, en un acto lleno de compromiso y de belleza, como el colibrí cuando acercándose a la flor atraído por la belleza de sus colores, media un breve instante, luego del cuál se transforma en agente polinizador al servicio de la vida. Todo lo que se comparte, en una acción desprendida y generosa, toma un nuevo sentido y se abre a la eternidad, también la poesía.
El compromiso del poeta debe ir además dirigido al idioma en el que decide escribir. No olvidemos que la poesía no es sólo fondo, también es forma. Una poesía con carencias ortográficas y de puntuación es un martirio, además de una agresión estética flagrante, actúa como distractor haciendo que la obra pierda dirección y sentido en su mensaje, a menos que la distorsión lingüística responda a un propósito o intencionalidad del autor, como es el caso de la poesía innovadora o transgresora, como ejemplo podríamos tomar la antipoesía de Nicanor Parra o la sintaxis inusual y muy atractiva de e.e. cummings.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
"Las distancias tocadas por la gracia vuelven amigos a los extraños."