Sonata para piano nº 14 (Moonrise) -
Stanisław Masłowski, pintor
polaco (1884)
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CLARO DE LUNA
La textura de aquella carta en el umbral de mi casa, su
color, los trazos de su escritura, no eran detalles desconocidos para mí. Sabía
de qué manos provenían, quién había rellenado esa carta con su graciosa pluma
encarnada. Lo que no podía imaginar siquiera era su contenido, al menos, no
podía esperar algo tan... especial. Era Teresa de Brunswik, que en nombre de su
familia me invitaba a una agradable velada en su hacienda, la de los condes de
Brunswik, para darles detalles de mi última inspiración, una sinfonía que
estaba preparando y que tenía intención de presentar en la Ópera de Viena, tan
pronto estuviese ultimada.
Conocía muy bien la casa de los Brunswik, aquella mansión tan peculiarmente
agradable. No en vano, había sido profesor de piano de casi todas las hijas de
la condesa, y era ya considerado poco menos que como de la familia. Me unía a ellos
una profunda amistad, pero resaltaba especialmente la que mantenía con Teresa,
que siempre me animaba a seguir profundizando en mis sonatas para piano y en
todo aquello que rodeaba mi vida.
Teresa siempre decía que, cuando componía, transmitía las sensaciones que en
aquél momento llevaba dentro de mí, exteriorizando con la música todo el
sentimiento que guardaba en lo más profundo del alma, dignificándolo.
-Tus composiciones alteran el espíritu más superficial -me decía, exaltada-,
haciendo sentir emociones inexplicables, tristes o alegres, angustiosas o
regocijantes, y cuesta imaginar verte sentado al piano, fríamente, preocupado
solamente por lograr la perfección absoluta y alcanzar la máxima expresión y
armonía de las notas, acertadamente agrupadas.
Yo nunca dejaba que Teresa me hiciese perder la cabeza con sus palabras tan
obsesivamente aduladoras. Simplemente me consideraba yo un músico como tantos
otros; en todo caso un músico de familia, como podía serlo el médico de la
familia o el jardinero, pero no más.
Sin embargo, la música lo era todo para mí, y más que alcanzar la gloria, mi
mayor deseo y afán era lograr que en el futuro mis obras no quedaran en el
olvido, gozando de la posteridad.
Acepté la invitación gustosamente, y así lo hice saber a través del correo.
Hubiese preferido enviar a alguno de mis discípulos, pero aquella tarde no
acudió nadie a mi casa, como era de costumbre en aquél entonces.
Beethoven por Joseph Karl Stieler (1820) |
Al llegar a casa de los Brunswik, pude comprobar que no solamente estaban las
hijas de la condesa, todas discípulas mías. Tres invitados más ocupaban el
amplio salón de la mansión. Contemplar de cerca aquél espectáculo que se había
reflejado en mis ojos, tras ser presentado, hízome turbar hasta casi perder el
equilibrio. Acababa de conocer a Giulietta Guicciardi, la musa que inspiraría a
partir de aquel momento tantas y tantas veces la música que llevaba impresa en
mis entrañas.
La muchacha regresaba procedente de Italia en compañía de sus padres, tras una
breve pero intensa estancia en ese su país de origen. La visita de los
Guicciardi a los condes de Brunswik consistía en solicitar mis servicios como
profesor de piano, dado que Julieta deseaba aprender, como era de costumbre en
la nobleza, los secretos del arte musical a través del sonido de las teclas de
tan maravilloso instrumento.
Giulietta Guicciardi, tenía ascendencia milanesa, aunque sus padres residían en
Viena desde 1780. Era bellísima hasta la médula, con unos ojos azules intensos,
morena pero pálida, con el cabello corto como se llevaba en aquélla época,
donde las muchachas parecían mancebos y a menudo no se lograba distinguir su
sexo a primera vista.
Desde aquel instante en que la conocí, llegué a creer que quizá alcanzase la
felicidad plena en su compañía, en el supuesto de que mi amor fuese
correspondido por mujer de tamaña belleza misteriosa.
Era una discípula ejemplar, constante, entregada. Fijó su residencia en la
mansión Brunswik, con el fin de poder estar en compañía de sus primas y,
recibir una educación pareja. Los padres de
Giulietta gozaban de una especial
amistad con la condesa, lo que hacía la unión más efectiva.
El tiempo transcurría y, paulatinamente, noté que mi musa inspiradora se sentía también atraída hacia mí. Sin ninguna duda, no me importaba poder hacerla mi esposa aún cuando sólo contaba dieciséis primaveras. Sin embargo, cuando el amor correspondido por Giulietta me colmaba de toda dicha, no tardé en darme cuenta de que, tras ese rostro de ensueño, esos ojos que destapaban el tarro de las esencias más puras, en definitiva, de aquella figura celestial, se ocultaba un arma de doble filo. Cuando el hechizo había sacudido mi mente hasta la locura, Giulietta empezó a mostrar su verdadero yo. Vanidad, egoísmo y dominio salieron a flote, destrozando la magia que me embargaba, el poder que mi ser experimentaba, convirtiéndolo todo en el fin de una quimera. Sin embargo, aún continuaba amándola, incluso a pesar de sus continuos intentos de controlar hasta el último de mis pasos. Irritación y desolación invadieron nuestros encuentros, con el fantasma de la destrucción asomando por la puerta.
Finalmente, ocurrió lo que jamás tenía que haber sucedido. El conde de
Gallenberg, director de la Ópera de Viena, fue la marioneta que sirvió a la
inconsecuente
Giulietta para saldar sus cuentas, para consumar su venganza por no
lograr dominar mi voluntad, mi espíritu con aroma de libertad. Fui testigo de
aquella boda, de aquel horror desgarrador, del fin de mis esperanzas más
soñadas.
Jamás volví a ser el que era. ¡Qué sentido tenía mi presencia en este negado
espacio terrenal! Sólo en el último instante en el que iba a abandonar este
cruel y atormentador viaje de mi vida, recobré la serenidad y la cordura,
despertadas de su letargo tras escuchar los empíreos compases que un infante esbozaba
a través de su pequeño violín, por las calles de Viena. Comprendí que no podía
abandonar el mundo sin haber hecho antes aquello a lo que estaba destinado,
para lo que había sido llamado. Entonces, aquella sonata empezó a cobrar vida
en mi interior, hasta que las manos se encargaron de transportar al piano las
sensaciones que brotaban en forma de música. "Claro de luna", mi
adagio "Claro de luna",
había nacido. Ninguna de mis sonatas recreó mejor un pasaje importante de mi
vida, ni siquiera las ocho sinfonías que llevo compuestas en el momento de
escribir estas palabras.
Cuando ya la calma y la tranquilidad sosegaron mi espíritu, desligándome del encantamiento persistente que Giulietta produjera en mí, al pasar de los años volvió a cruzarse en mi camino, llorando y suplicando el perdón y la reconciliación. Sólo el desprecio pudo ser capaz de brotar de mi alma, y solamente ése fue nuestro último encuentro en el mundo terrenal.
Sí, yo, Ludwig van Beethoven,
he querido contar esta historia, cuando ni siquiera sé si podré terminar mi
novena sinfonía. Aquél lejano año de 1802 comenzó mi triste enfermedad, la
sordera, y ahora, a mis 54 años, sólo espero que algún día mi historia pueda
ver la luz, y que mi música logre penetrar en lo más hondo del corazón de las
generaciones venideras.
Ludwig van Beethoven
Viena, 14 de julio de 1824
© Francisco Arsis (1998)
* Francisco Arsis Caerol: escritor español nacido en Alcoi (Alicante) en
1966, actualmente reside en la ciudad de Almansa, (Albacete).
* Fuente: http://www.galeon.com/franciscoarsis/
* * *
Sonata para piano nº 14, op. 27/2 "Claro de luna", llamada inicialmente por su compositor, Sonata quasi una fantasia, formada por tres movimientos:
I Adagio sostenuto
II Allegretto
III Presto agitato
El primer movimento es pianissimo y sólo en algunos pasajes
alcanza el mezzoforte, está escrito en
similitud a la forma lied ternario y muchos la ven como de parecidas
características a la forma sonata.
Una melodía que Hector Berlioz llamó "lamento" se reproduce casi
enteramente en la mano derecha. La obra llegó a ser muy conocida en su tiempo.
Berlioz mencionó que «El adagio es una de aquellas poesías que el lenguaje
humano no acierta a definir». Beethoven , abrumado
por la popularidad dijo "he escrito obras mejores".
El segundo movimiento es un minueto, es decir, algo muy convencional de la
época, que curiosamente está escrito en re bemol mayor, tonalidad enarmónica
con do sostenido menor (la del primer movimiento). El carácter es bastante
apacible y no consta de sobresaltos, elemento a contrastar con el siguiente
movimiento.
El tercer movimiento supone un experimento de Beethoven y está escrito en forma de sonata. El movimiento consta de rápidos arpegios, escalas y un juego hábil de preguntas y respuestas entre las dos manos. Su dificultad es muy elevada y contrasta con la de los dos movimientos anteriores. Esta misma hazaña musical es realizada por Beethoven en el op. 27 nº 1.
Año de composición y de la primera publicación de la obra:
1801
Fue dedicada por su autor a Gräfin
Giulietta Guicciardi , su alumna de 16 años de la que dicen se enamoró profundamente.
Es una de las piezas más famosas del autor,
junto con el primer movimiento de la Quinta Sinfonía y su bagatela para piano, Para
Elisa.
El año de su composición, Beethoven estaba pasando por una gran crisis: por una parte estaba quedando casi totalmente sordo, sumido en una infinita tristeza al perder a su importante mecenas, un príncipe germano. Su estado lo llevó a aislarse del mundo y caer en una honda depresión, que incluso le hizo pensar en el suicidio.
El nombre de Claro de luna se haría popular después de la muerte de Beethoven, surgido a raíz de una comparación que el poeta y crítico musical alemán Ludwig Rellstab realizó entre el primer movimiento de la pieza y el claro de luna del Lago de Lucerna.
En el video, el I movimiento: Adagio sostenuto.
Conmovedora escena del actor, Gary Oldman en el film "Amada inmortal" (1994).
Carta de Beethoven a su "Amada inmortal"
Mi ángel, mi todo, mi otro yo, solo unas pocas palabras y en lápiz, tuyo.
Recién mañana sabré dónde me alojaré. Una inútil pérdida de
tiempo.
¿Por que este profundo dolor? si pudiéramos unirnos, no sentiríamos nunca más este dolor.
Donde esté, tu estarás conmigo.
Pronto viviremos juntos, ¿qué vida será esa?.
El viaje fue terrible, llegué a las cuatro de la mañana. En la ultima parada me advirtieron que no viajara de noche y quisieron asustarme con un bosque, pero solo me tentaron. El carruaje se averió en un camino espantoso y por ninguna razón en el medio del campo. Y ahora estoy completamente demorado. Pero encontré otro y pronto nos veremos. Hoy, espero. Debo verte, no importa cuánto me
ames, yo te amo más.
Nunca te escondas de mi, mis pensamientos van hacia ti. Algunos felices, algunos tristes, esperando que el destino nos escuche. Puedo vivir contigo completamente o nada. Si,
debe ser así.
Ahora me voy a dormir. Calma amor. Hoy, Ayer. Con lágrimas
te deseo.
Tú eres mi vida. Mi todo. Adiós, no dejes de amarme. Siempre
tuyo, siempre mía.
Los dioses nos deben enviar el resto, lo que para nosotros debe ser, será.
Para siempre tu fiel Ludwig
* * *
¡Hola, Myriam! Me alegra ver aquí este post :o)
ResponderEliminarMe alegra que lo hayas encontrado, este es un tema que siempre me ha apasionado y esta muy bien escrito por ti. Un saludo cordial, gracias por suscribirte al blog.
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