I will wait for you

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"Expectations" - Christophe Vacher

domingo, 19 de febrero de 2012

“Sonata al Claro de Luna”


Continúo con mi gesto de solidaridad con el pueblo de Grecia,  de la mano de este gran poeta griego que es Yannis Ritsos, ahora con “Sonata al Claro de Luna”  extenso  poema  que  escribió en 1956, quizás el más importante de su poesía,  con el que ganó el Premio Nacional de Poesía en Grecia.


En un ambiente de desolación, de profunda melancolía, de oscuridad del alma por los acontecimientos que ocurren dentro y fuera de uno mismo,  entre ellos la soledad. Aparentemente el autor usa una perspectiva dura y fría,  pero en verdad hay tras sus palabras un algo de esperanza o más bien ilusión en ese desesperado “Deja que vaya contigo”,  palabras que irrumpen como letanía y que son los perfiles que sostienen el poema.

Así lo dice José Hierro en una presentación:

"Sonata al Claro de Luna" es la historia de una decepción.  Nos muestra un mundo desolado,  entrevisto amargamente bajo una luz fría y dura.  Ilusión y desesperanza se mezclan,  aunque aquella sirva sólo para destacar a ésta.  El desesperado “Déjame que vaya contigo” es el tema repetido invariablemente mientras modula el poema.  Se trata de una obra rigurosamente construida pese al aparente –sabio- desorden en que pasado y presente, objetividad y alucinación se combinan.  Ritsos es un maestro del contraste como lo es del matiz.”


Esta versión que dejo es un tanto libre,  aunque basada gran parte en la traducción de Selma Ancira y de Dimitris Kyriakou.

Quise traer fotografías de Irene Papas porque al leer el poema visualicé a la mujer de negro,  con este rostro que tan bien expresa la soledad y la desesperación o más bien un esperar,  contra toda esperanza,  tan propios de la tragedia griega que tantas veces ella personificó.



Irene Papas en el film "Inquietud" - 1997



“Sonata al Claro de Luna”


(Una noche de primavera. La habitación grande de una vieja casa. Una mujer de edad, vestida de negro,  le habla a un hombre joven. No han encendido la luz. Por ambas ventanas entra una despiadada luz de luna. Olvidé decir que la Mujer de Negro ha publicado dos o tres interesantes colecciones de poesía sacra.
Y bien, la Mujer de Negro le habla al Joven):

Deja que vaya yo contigo.
¡Qué luna la de esta noche!
Es benévola la luna—no se notará
que mis cabellos han encanecido.
La luna los hará rubios de nuevo. No te enterarás.
Deja que vaya yo contigo.

Cuando hay luna las sombras crecen en la casa,
Manos invisibles corren las cortinas,
Un dedo escribe suave sobre el polvo del piano olvidadas palabras
No quiero oírlas. Calla.

Deja que vaya yo contigo,
Déjame bajar un poco, hasta la tapia de la fábrica  de ladrillos,
Hasta el lugar donde tuerce el camino y surge
la ciudad enjalbegada y etérea, blanca a la luz de la luna,
Tan indiferente y etérea,
tan positiva y tan metafísica
Tanto que finalmente puedes creer que existes y no existes
que nunca has existido, que no ha existido el tiempo
ni su deterioro.
Deja que vaya yo contigo.

Nos sentaremos un momento arriba, en lo alto,
y con el soplo de la primavera
podremos incluso imaginar que volamos,
porque muchas veces, y aún ahora, confundo 
el susurro de mi vestido
con el de dos fuertes alas que se agitan,
y envuelta en ese sonido de vuelo
siento apretados el cuello, las costillas, la carne,
y así, hecha un ovillo, entre los músculos del viento azul,
entre las vigorosas neuronas de la altura,
ya no importa si voy o si vuelvo
ni tiene importancia que haya encanecido mi  cabello
(no es eso lo que me apena—lo que me apena
es que no encanezca también mi corazón).
Deja que vaya yo contigo.

Ya sé que cada uno anda solo en el amor,
solo en la gloria y en la muerte—solo.
Lo sé. Lo he probado. No sirve de nada.
Deja que vaya yo contigo.

Esta casa está embrujada, me expulsa—
quiero decir que ha envejecido mucho:
los clavos  se desprenden,
los cuadros caen como si saltaran al vacío,
el enlucido cae en silencio
como cae de la percha el sombrero del muerto
en el corredor en sombras
como cae del regazo del silencio
su gastado guante de lana
o una cinta de luna sobre el viejo sillón desvencijado.
Alguna vez también fue nuevo—no ese retrato
que miras con tanta desconfianza,
hablo del sillón: tan cómodo que podías sentarte
horas enteras y soñar cualquier cosa con los ojos cerrados:
una playa lisa, humedecida, barnizada por  la luna,
más brillante que mis viejos botines, que todos los meses
llevo al limpiabotas de la esquina,
o la vela de una barca pesquera que se pierde en el horizonte
mecida por su propio aliento,
vela triangular como un pañuelo doblado al sesgo
únicamente en dos,
así, como si no tuviera nada que encerrar o  conservar
u ondeara bien abierta en señal de despedida.
Siempre me encantaron los pañuelos,
no para tener algo atado,
nada de semillas de flores o manzanilla recogida 
en los campos al atardecer,
ni para hacerle cuatro nudos como al casquete que
usan los obreros de la construcción de enfrente,
ni para limpiarme los ojos—he conservado bien la vista;
jamás he usado lentes. Un simple capricho—los pañuelos.
Ahora los doblo en cuatro, en ocho, en dieciséis
para ocupar mis dedos.
Me acabo de acordar que así contaba las notas cuando iba
al Conservatorio
con delantal azul y cuello blanco, con dos trenzas rubias,
—8, 16, 32, 64—
de la mano de una pequeña amiga mía de piel aterciopelada,
llena de luz y flores color rosa,
(perdona estas palabras—es una mala costumbre)
—32, 64— y mis padres albergaban
grandes esperanzas en mi talento musical.

En fin, te hablaba del sillón
—desvencijado—al descubierto los oxidados resortes, la paja—
pensaba llevarlo a la mueblería de al lado,
pero dónde encontrar el tiempo y el dinero y el ánimo
—¿y qué arreglar primero?—
pensaba echarle una sábana encima: tuve miedo
de la sábana blanca a la luz de la luna.
Aquí se sentaron hombres que soñaban grandes sueños,
como tú y como yo,
y que ahora descansan bajo tierra sin que la lluvia ni la luna les afecte.
Deja que vaya yo contigo.

Nos detendremos un momento en la cima de la escalera de mármol de San Nicolás,
después tú bajarás y yo volveré llevando en mi hombro izquierdo
el calor del roce fortuito de tu brazo
y uno o dos rectángulos de luz de las pequeñas ventanas de ese barrio
y la neblina blanca de luna que será como un largo cortejo de cisnes plateados
no temo esa expresión porque antaño yo,
muchas noches de primavera conversé con Dios, 
que se me apareció vestido con la niebla y la gloria
de un claro de luna como éste,
muchos jóvenes, aún más bellos que tú, sacrifiqué por Él
así, pura e inalcanzable, evaporándome en mi llama blanca,
en la blancura del claro de luna,
abrasada por la insaciable mirada de los hombres y
por el éxtasis indeciso de los adolescentes,
cercada por magníficos cuerpos bronceados por el sol,
poderosos brazos y piernas entrenados en natación,
remo, atletismo, fútbol –piernas y brazos que fingía no ver–
frentes, labios, rodillas, dedos y ojos, troncos, bíceps y muslos…
Y de verdad no los veía, sabes, a veces, admirando,
te olvidas del que estás admirando
Te basta la mera admiración
Dios mío, qué ojos todos estrellas
Y me levantaba hacia una apoteosis de estrellas rechazadas
Porque así asediada, por dentro y por fuera,
no me quedaba otro camino sino hacia arriba o hacia abajo
No, no es suficiente...
Deja que vaya contigo




Esta casa ya no me tolera.
Ni yo tolero ya su peso en mis espaldas.
Siempre hay que andar con cuidado, mucho cuidado,
aguantar la pared con el gran aparador
sostener el aparador con la viejísima mesa tallada
sostener la mesa - con las sillas
sostener las sillas - con las manos
sostener la viga derruida - con el hombro.
Hasta el piano parece un negro féretro cerrado.
No te atreves a abrirlo.
Todo el tiempo hay que andar con cuidado,
mucho cuidado, que no caiga nada, que no caigas tú
No puedo más.
Deja que vaya yo contigo.

Esta casa, a pesar de todos sus muertos, no piensa en morir.
Insiste en vivir con sus muertos, vivir de sus muertos
vivir de la certeza de su muerte
y aun en acomodar a sus muertos en vetustas camas y libreros.
Deja que vaya yo contigo.

Aquí, no importa cuán silenciosamente camine en el vaho de la noche,
en mis zapatillas o descalza, algo va a crujir
Algún cristal se esta rajando, o algún espejo
Se oyen pasos –no son los míos
Puede que fuera, en la calle, no se oigan estos pasos
–dicen que el arrepentimiento lleva zapatos de madera…
Y si te pones a mirar en este espejo, o en el otro,
por detrás del polvo y las rendijas
Divisas tu rostro cada vez más borroso y fragmentado
Tu rostro, por el que no pediste nada más en la vida:
sólo que fuera límpido e íntegro
Los labios de la copa brillan en el claro de luna
como una navaja circular –¿cómo puedo llevarla hasta mis labios?
Aunque tenga tanta sed, ¿cómo puedo?
¿Ves? Todavía me quedan ganas de símiles…
Eso es lo que me queda, es eso lo que me asegura todavía
que sigo presente…
Deja que vaya contigo…

A veces, al anochecer, tengo la sensación de que
detrás de la ventana pasa una osa con su dueño
Está vieja y pesada – su pelo lleno de espinas y cardos
Levanta polvo en las calles del barrio
Una nube de polvo solitaria, incienso para el anochecer
Y los niños han vuelto a casa para cenar,
y ya no les dejan salir, aunque a través de las paredes
pueden divisar los pasos de la vieja osa
Y la osa, cansada, camina en la sabiduría de su soledad,
sin saber adónde ni por qué
Está menos ágil, ya no puede bailar sobre dos piernas
No puede llevar su gorrito de encaje y entretener a los niños,
a los vagos, a los exigentes
Y solo quiere tumbarse en el suelo, dejando que le pisen el vientre
Jugando así su última carta
Demostrando su impresionante fuerza para resignarse
Su desobediencia a los intereses de los demás,
a los aros en sus labios,  a la indigencia de sus dientes
Su desobediencia al dolor y a la vida,
con la complicidad de la muerte – incluso una muerte lenta
Su desobediencia final a la muerte,
a través de la continuación y el conocimiento de la vida,
la vida que sigue cuesta arriba
Aprendiendo y actuando, superando la esclavitud
Pero ¿quién puede seguir este juego hasta el final?
Así la osa se levanta otra vez, y camina
obedeciendo a su correa, a sus aros, a sus dientes
Sonriendo con sus labios desgarrados
a las moneditas que le echan los niños,
tan bellos y confiados (bellos precisamente
porque son confiados), diciéndoles gracias
Porque las viejas osas lo único que han aprendido a decir es:
gracias, gracias…
Deja que vaya contigo

Esta casa me está ahogando
Pues la cocina es como el fondo del mar
Las cazuelas colgadas brillan como grandes
ojos redondos de peces increíbles
Los platos se mueven lentamente como medusas
Algas y ostras se atascan en mi pelo –no puedo librarme de ellos después
No puedo subir a la superficie –la bandeja cae de mis manos muda
Me derrumbo y veo las burbujas de mi aliento subiendo, subiendo
E intento entretenerme mirándolas
Y me pregunto ¿qué diría alguien que las viera desde arriba?
Quizás que alguien se está ahogando
O que un buceador está explorando los fondos del mar…
Y, de verdad, no pocas veces descubro allí, en el abismo del ahogamiento
Corales y perlas y tesoros de naufragios
Encuentros imprevistos, del pasado, del presente y del futuro
Casi una comprobación de la eternidad
Un respiro, una sonrisa de inmortalidad, como dicen
Una cierta felicidad, embriaguez, hasta entusiasmo…
Corales, perlas, y zafiros; sólo que no sé darlos
No, los doy; sólo que no sé si pueden recibirlos…
Yo sin embargo los doy
Deja que vaya contigo

Espera un momento, déjame coger mi chaqueta
De este tiempo tan imprevisible no hay que fiarse
Hay humedad por la noche, y parece que la luna hace la noche más fría ¿verdad?
Déjame abrochar tu camisa –qué fuerte es tu pecho…
Eh, qué fuerte esta luna… digo, la silla…
Y cuando levanto la taza de la mesa se desvela un agujero de silencio
Lo tapo inmediatamente con mi mano para no mirar adentro
Vuelvo a dejar la taza donde estaba
Y la luna como un agujero en el cráneo del mundo
No mires adentro, es una fuerza magnética que te atrae
No mires, no miréis, escuchadme, ¡vais a caer dentro!
Este vértigo bello y etéreo –¡te vas a caer!
Un pozo de mármol la luna
Sombras que se agitan y alas mudas, voces misteriosas, ¿no las oís?
Profunda, profunda la caída
Profunda, profunda la escalada
La estatua de aire apretada en sus alas abiertas
Profunda, profunda la despiadada beneficencia del silencio
Luces que parpadean desde la otra orilla
Mientras tambaleas en tu propia ola, soplo del océano
Bello y etéreo este vértigo –cuidado, ¡te vas a caer!
No te fijes en mí… Para mí eso es mi lugar: el tambaleo, el exquisito vértigo
Así que cada noche tengo un poco de dolor de cabeza, náusea
A menudo voy a la farmacia de enfrente por alguna aspirina
Otras veces me da pereza y me quedo con mi dolor de cabeza
Escuchando el hueco ruido de las tuberías
O preparo café, y, distraída, siempre preparo dos tazas –¿quién tomaría el segundo?
Tiene gracia…
Lo dejo sobre el alféizar y se enfría
O a veces tomo el segundo también
Mirando por la ventana la bombilla verde de la farmacia
Como la luz verde de un tren silencioso que viene a llevarme con mis pañuelos, mis
zapatos malgastados, mi bolso negro, mis poemas…
pero sin maletas – ¿para qué las necesitas?
Deja que vaya contigo

Ah, ¿te vas? Buenas noches. No, yo no voy. Buenas noches.
Yo voy a salir más tarde. Gracias.
Es que, por fin, tengo que salir de esta casa machacada
Tengo que ver la ciudad un rato
No, no la luna, la ciudad con sus manos marcadas de callos
La ciudad asalariada, la ciudad que jura por sus puños y su pan
La ciudad que nos lleva sobre sus espaldas, soportándonos a todos nosotros
Con nuestras pequeñeces, nuestras maldades, nuestras enemistades
Nuestras ambiciones, nuestra ignorancia, y nuestra vejez…
Tengo que escuchar los grandes pasos de la ciudad
Y que deje ya de escuchar los tuyos, los del Dios, y los míos.
Buenas noches.


Irene Papas en el film "Inquietud" - 1997

(El salón se está oscureciendo. Parece que alguna nube habrá cubierto la luna. De repente, como si una mano hubiera subido el volumen de la radio del bar del barrio, se escucha un tema musical muy conocido. Entonces me doy cuenta de que toda esta escena la acompañaba sotto voce la Sonata de Claro de Luna, solamente el primer movimiento.

El joven estará bajando la calle, con una sonrisa preñada de ironía y compasión en sus cincelados labios, y sintiéndose liberado. Cuando llegue a la iglesia, antes de bajar por la escalera de mármol, se echará a reír –su risa fuerte, imparable no sonará para nada inadecuada bajo la luna. Que no suene para nada inadecuada es quizás lo único que sea inadecuado. Dentro de poco el joven se callará, se pondrá serio y dirá: “La decadencia de una época”. Así, completamente tranquilo, desabrochará su camisa y continuará su camino.

En cuanto a la mujer, no sé si al final salió. La luz de luna brilla otra vez. Y en las esquinas de la habitación las sombras se ahogan en un insoportable, desgarrador arrepentimiento, casi un furor, no tanto por la vida, pero sí por esa inútil confesión…
Escuchad, la radio sigue sonando…)

* * *




Germán Martínez Aceves, poeta y editor mexicano, acerca de este mismo poema dice:

“Y a partir de ahí surge un canto que estremece, que pide rescate de la soledad, que lanza una red al vacío para pescar esperanza y en esa suerte desesperada no encuentra más que derrumbe.

La casa de la Mujer de Negro es el símbolo de un sistema viejo, acabado, y busca anclar en nuevos puertos pero su deseo naufraga, no llega a la orilla. La Mujer de Negro quiere una transición hacia lo nuevo.  Es el pasado que se niega a desaparecer, que no acepta su muerte y si es así, sabe que seguirá viva en los rincones, los armarios, los corazones”

El poema no hace más que reconocer la soledad como algo que todos llevamos dentro,  pero que hay momentos que arrecia demasiado y nos hace decir Deja que vaya yo contigo,  es un acto de S.O.S y también de reconocimiento y arraigo y desarraigo,  pues se lo pedimos a alguien que sabemos tiene en sus manos la posibilidad de decir  o decir no.

El arte con su magia, tiene la última palabra y sabido es que tiene visos de eternidad. Este poema y su interpretación por cada uno de nosotros,  así como aquella bella Sonata de Beethoven que nos hacen compañía y nos llevan con ellos a otros mundos.

Leo y releo este poema inmenso y cada vez se abre a infinitas interpretaciones.  La primera que sentí fue la de comparar a Grecia con esa vieja casa que se está desmoronando.  O con la vieja osa que apenas logra ponerse de pie. Son sólo ideas,  no es un deseo o una premonición.  Antes bien,  estoy segura que la unión hace la fuerza y que Grecia,  con el apoyo de la Eurozona y con el empuje aguerrido de su pueblo,  será capaz de salir a flote de esta crisis.


ALGO SOBRE SU AUTOR:  YANNIS RITSOS

Poeta y político griego que vivió casi tanto como el siglo, “miembro de una antigua y acaudalada familia de origen veneciano, que, tras la caída de Bizancio, se instaló en la ciudad-fortaleza cretense de Monemvassiá -la Malvasía de los cruzados-, en la Laconia, al sur del Peloponeso,  nació el 1 de Mayo de 1909, y murió en Atenas, el 11 de Noviembre 1990.”

Sufre una escalada de tragedias familiares:  En 1921 mueren su hermano Dimitris y su madre de tuberculosis.  En 1925 se arruina su padre, un jugador compulsivo. Enfermo de tuberculosis, Ritsos vive tres años en un sanatorio (1927-1931).  Además de actor, fue bailarín, mecanógrafo, bibliotecario, calígrafo, traductor, fotógrafo y pintor.  Trabajó en el Teatro Nacional griego y en Quipseli, tradujo a Maiakowski, Blok, Eremburg, Neruda y Nicolás Guillén, entre otros.  

A partir de 1936 se sucedieron tres acontecimientos de alcance mundial:  La expansión nazi, el Golpe de Estado y Guerra Civil Española,  y el Golpe de Estado en Grecia con el cuál el general Metaxas instauró una dictadura de tipo fascista hasta 1941,  en que empezó la ocupación nazi hasta 1944,  época en que el pueblo se dividió entre colaboracionistas y partisanos.  Habiendo ingresado al Partido Comunista griego, participó en la resistencia durante la ocupación y su militancia política le valió la cárcel y el exilio.  Durante la guerra civil griega entre 1948 y 1952,  fue recluido en distintos campos de concentración en islas remotas como Limnos, Agios Evstratios y Makronisos.  De esta época es “Tractor”, un grito de rebeldía contra la dictadura del general Metaxas y  Romiosini/Grecidad, dedicado a las guerrillas comunistas que combatieron a los nazis en la II G.M. Muchas de sus obras fueron prohibidas. Más tarde, cuando la junta militar subió al poder (1967-1970) fue nuevamente deportado, a las islas de Giaros y Leros por Papadopulos.  Hasta que pudo volver en 1974 a Atenas, al levantarse el arresto domiciliario en que vivía en Samos.

Se le considera como uno de los tres grandes poetas griegos contemporáneos,  junto a Giorgos Seferis (Giorgios Stylianou Seferiadis) y Odysséas Elýtis (Odysséas Alepoudélis). Ritsos no ganó el premio Nobel de Literatura y sí lo obtuvieron Seferis en 1963 y Elytis en 1979. 


* Fuente: Una sonata del claro de luna con estilo griego, por Germán Martínez Aceves


Periódico Universidad Veracruzana, México



ALGO SOBRE LA SONATA CLARO DE LUNA


Con respecto a la sonata que le da nombre y sustento al poema, se puede destacar que es una de las pocas sonatas de Beethoven en las que el final adopta un carácter absolutamente trágico.  






La Sonata para piano n.º 14 en do sostenido menor "Quasi una fantasia", Op.27, n.º 2, de Ludwig van Beethoven, popularmente conocida como Claro de luna, es una de las obras más famosas del autor, junto con el primer movimiento de la Quinta Sinfonía y su bagatela para piano Para Elisa.

Fue compuesta en 1801 y estuvo dedicada a su alumna, la condesa Giulietta Guicciardi, joven de 17 años, 
que sería su alumna y la musa que inspiraría tantas y tantas piezas de su célebre maestro y amante. Ella fue considerada erróneamente en el siglo XIX como la destinataria de la carta a la "Amada inmortal". Y también dicen que toda la dramática fuerza de la obra se debe a la desesperación de su autor,  al estar quedando sordo.

El apodo Claro de luna se hizo popular después de la muerte de Beethoven, surgiendo a raíz de una comparación que el poeta y crítico musical alemán Ludwig Rellstab realizó entre el primer movimiento de la pieza y el claro de luna del Lago de Lucerna.

La figura de Rellstab resulta bastante inadecuada, en cambio es mucho más sugerente la descripción de Liszt del movimiento central como una "flor entre dos abismos".

 

1 comentario:

  1. Poca gente se entretiene , ni le gusta saborear la clase de belleza pérdida de la grandeza y sensibilidad de nuestro tiempo actual. Pero doy gracias en este caso Mery Sananes , y Miryan Iturra por la oportunidad de poder disfrutar como el buen vino el poder saborear tan espléndida literatura.

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"Las distancias tocadas por la gracia vuelven amigos a los extraños."