Libertad Lamarque |
En los meses de verano venían a trabajar a Santiago varias compañías argentinas de revistas. En esos meses languidecía la actividad teatral en Buenos Aires, y las primeras figuras, como Hortensia Arnau o Libertad Lamarque, eran atracciones que servían para que algunos empresarios organizaran conjuntos con buenos elementos y debutaran en el Teatro Esmeralda o en el Coliseo.
Con esas compañías llegaba Carlitos. Era un joven muy elegante, que lucía unos ternos blancos impecables y era un adorador de las mujeres de teatro. No las adoraba a todas al mismo tiempo. Él las iba adorando una por una. Carlitos era un especialista de los ojos pintados, del juramento en el camarín, del beso entre los aplausos de las noches de estreno. Así ocurrió en 1935, después de filmar "El alma del bandoneón”, la diva realiza una gira a Chile, donde ocurre la escena del balcón de San Antonio.
Carlitos
era muy elegante, y cojo... la suya era una de esas cojeras indisimulables, de
gran balanceo, que ocupan casi toda la acera. Cuando no caminaba, Carlitos tenía
buena figura. Era alto, delgado, simpático y rubio. Entre la gente de teatro
era muy estimado. Todos le llamaban Carlitos, de modo que nunca pudimos saber
cuál era su apellido.
Libertad Lamarque ha sido por largas décadas la figura internacionalmente más conocida del cine argentino y la más célebre de sus cantantes. El misterio de esa inconmovible popularidad debe buscarse, tal vez, en el tono francamente novelesco que tiene su biografía.
Algunos datos: Libertad Lamarque nace en Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, el 14 de enero de 1911. En alguna comisaría quedan antecedentes del anarquismo militante de su padre.
Después de filmar "El alma del bandoneón”, en 1935 es cuando realiza una gira a Chile acompañada de Carlitos, y vivían en Santiago en una pensión de la calle San Antonio, cerca de Merced o de Monjitas. Aún no se comenzaban a construir los edificios altos, y la pensión estaba instalada en una antigua casa de dos pisos.
Carlitos y Libertad tenían una pieza en el segundo piso, con balcón a la calle. (Destaco estos detalles porque son indispensables para el desarrollo del drama).
Parece
que Libertad Lamarque quería mucho a Carlitos, y le recomendaba que se acostara
temprano. Ella no se oponía a que fuera un rato al café, pero siempre que
después fuese a buscarla al teatro, al
término de la función. El prometía seguir esos edificantes consejos. Pero en la
noche terminaba la función, y Carlitos no aparecía por el teatro. Libertad
Lamarque tenía que mandar buscar un taxi y regresar sola a la pensión.
A
las dos de la madrugada se presentaba Carlitos, diciendo que al salir del café
se le había acercado un amigo y le había presentado unos señores muy
importantes, y él no pudo rechazar sus invitaciones. Discutían un poco, y ella
pronunciaba la frase clásica que repiten todas las mujeres de la tierra, en
Australia como en la Avda. Matucana:
- ¡Hombres infames he conocido muchos, pero como tú, ninguno!
En francés resulta muy bonita, pero en alemán es horrorosa. Carlitos la escuchó en castellano y, prometiendo enmendarse, se quedó dormido.
A la noche siguiente terminó la función y Carlitos no llegó al teatro. Libertad Lamarque tuvo que mandar llamar un taxi, etcétera etcétera…
Cuando
Carlitos se presentó a las dos de la madrugada, la discusión fue tormentosa.
Despertaron a todos los pensionistas. No se sabe nada de las disculpas que daba
Carlitos, pero lo que decía la señora Lamarque se oía perfectamente en la Plaza
de Armas. Transeúntes pacíficos, que no conocían las intimidades de la vida
teatral, se enteraron de que Carlitos era un monstruo.
Después de la frase clásica, hubo amenazas: - ¡Si mañana no me vas a buscar al teatro, te pesará!
Tras un instante de silencio, Carlitos aprovechó para quedarse dormido.
A la noche siguiente, terminó la función, y Carlitos no apareció en el teatro, y Libertad Lamarque, etcétera, etcétera…
Cuando
Carlitos se presentó a las dos de la madrugada, Libertad lo miró fijamente, y le
preguntó con mucha suavidad: - ¿Tú Crees que te vas a burlar de mí?
Después lo repitió con una voz sorda, con rabia apenas contenida, para dar a entender que estaba dispuesta a armar el escándalo más grande de su vida, a matar a Carlitos, a liquidar la casa de pensión, a demoler el edificio. Carlitos quiso hablar algo, pero ella lo interrumpió con un grito ensordecedor: -¡Callate!
Los pensionistas no sólo se despertaron, sino que creyeron que ya había sido inventada la bomba de cobalto. A medio vestir corrieron al pasillo, y algunos trataban de llegar a la escalera, y otros admiraban sinceramente los encantos de unas señoritas que, con el susto, no tuvieron tiempo para cubrirse con la más pequeña hoja de parra.
Después del grito magnífico, Libertad cubrió de injurias a Carlitos. Él estaba asombrado del vastísimo repertorio de insultos que poseía su distinguida amiga. Era un torrente de expresiones recogidas cuidadosamente en el malecón de Valparaíso, maldiciones gitanas, blasfemias españolas, voces arrancadas de la Biblia y de las comedias de Doroteo Martí.
Pero
ante tan furioso ataque, Carlitos no acobardó y gritó también:
-
¿Hasta cuándo crees tú que soportaré estas escenas? ¡Esto se ha acabado!
-
¿Qué quieres decir?
-
iQue yo me voy!
-
¿Te vas?
-
iMe voy!
Entonces
ella arremetió contra él, descargando con toda su ira, un puntapié en una de
las piernas del susodicho y le gritó:
- ¡No alcanzarás a marcharte, porque yo me voy antes que tú!
Y corrió hacia el balcón y se arrojó de cabeza a la calle. Carlitos se quedó petrificado. Pensó en la sangre, en la agonía, en el cementerio, en la cárcel... Este detalle de arrojarse por el balcón él lo había visto hacer muchas veces en el teatro, pero al otro lado del balcón del teatro no había ningún abismo, sino un blando colchón. Y Carlitos, por muy petrificado que estuviese, no podía suponer que abajo, en la calle San Antonio, podía haber colchones esperando a las señoras que se arrojaban desde el quinto piso. No había colchón, efectivamente. Pero en ese momento caminaba por la calle San Antonio el señor don Julio Besoaín Robles, joven dentista, muy simpático, muy fuerte, verdadero atleta, que había obtenido señalados triunfos en los campos deportivos. Al ver que una hermosa señora venía cayendo de la altura, no titubeó un instante, y corrió a recibirla en sus brazos. Ahora tendremos que ‘echar mano’ del texto de “Física Experimental” del doctor W. Ziegler y L. Gostling, que dice así: “La unidad práctica de la fuerza es el kilogramo-peso, que es la fuerza con que la tierra atrae a 1 kilogramomasa a la latitud de 45° y al nivel del mar. La relación numérica entre ella y la dina es: 1 kilogramo peso igual a 980.600 dinas”.
La señora Lamarque, que pesaba cincuenta y cinco kilos, se arrojó desde unos 6 metros de altura, lo que equivalía a un proyectil de cincuenta y cinco kilos disparado a una velocidad de treinta y seis kilómetros por hora. El golpe fue tan violento, que el señor Besoaín la recibió en sus brazos, pero cayó al suelo con una pierna quebrada. La señora resultó sin un rasguño, gracias a que su caída fue amortiguada por un toldo publicitario que había en el lugar.
El escándalo fue sensacional. Todos los trasnochadores de Santiago corrieron a la calle San Antonio. Algunos curiosos, al ver a Carlitos cojo, creían que él era el joven que se había quebrado la pierna por recibir a la señora. Costó mucho convencerlos de que el caballero accidentado era otro y ya había sido conducido a la Asistencia Pública. No podían comprender por qué en este drama había dos cojos, uno en la Asistencia Pública y otro allí en la calle San Antonio. Y la señora Libertad, que se había arrojado desde el balcón, conservaba sus piernas sanas. Sanas y bonitas, como siempre.
(Repare el lector en la forma tan oportuna como aprovecho la ocasión para echar un piropo a las piernas de Libertad Lamarque. Hay que saber reconocer).
Con
Libertad Lamarque el tango asume nombre de mujer y viaja por el mundo entero.
Desde entonces el cine la mima, y le asegura el éxito de su trayectoria. Es la época en que estalla la crisis de su primer matrimonio, y Libertad Lamarque intenta suicidarse: se arroja desde el balcón de un segundo piso, y un toldo oportuno detiene su caída. Se separa de su esposo, y se comienza a hablar de su romance con Alfredo Malerba, su pianista. Su esposo Emilio Romero le quita la tuición de su pequeña única hija Mirta, y la interna en un colegio. Desde allí Libertad apoyada por Alfredo Malerba, la secuestra en Montevideo.
Sólo pudo casarse con Alfredo Malerba en 1946, en Montevideo, después de quedar viuda en 1945 y se van a México, donde ella muere a los 92 años, el 12 de diciembre del año 2000, de una neumonía severa, en ciudad de México. Alfredo Malerba había muerto en 1994.
Algún
tiempo después, yo entrevisté al señor Julio Besoaín Robles.
-Yo
fui... - me dijo - a mí se me cayó encima Libertad Lamarque.
Yo
le pregunté:
-¿Reconoce
usted que los tangos son lo más pesado que hay? Él, noblemente, lo reconoció.
Libertad
Lamarque quedó muy agradecida del señor Besoaín. Iba todos los días a verlo a
la clínica, para saber cómo progresaba su restablecimiento.
Cuando no podía ir, le enviaba un hermoso ramo de flores. Así nació una verdadera amistad. Y desde entonces, cada vez que Libertad Lamarque venía a trabajar a Santiago, Julio Besoaín le enviaba un gran ramo de flores. Me parece que esos ramos de flores eran como una advertencia. Significaban que Julio Besoaín estaba dispuesto a seguir recibiéndola en sus brazos cada vez que ella quisiera arrojarse desde un balcón.
Don Julio Besoaín Robles falleció hace ya tiempo. Gran amigo, caballero gentil. Al terminar estas líneas rindo un cariñoso homenaje a sus legítimos triunfos en los campos deportivos y en la calle San Antonio.
¿Y Carlitos? Carlitos desapareció para siempre. Nunca más se le encontró en un teatro. Vinieron muchas compañías argentinas. Pero él no vino. Vino Gloria Guzmán, vino Camila Quiroga, su hija Nélida Quiroga, y nada de Carlitos. Vino la misma Libertad Lamarque, y él no apareció.
Yo le encontré razón. Porque ahora en la calle San Antonio los edificios son de diez o doce pisos, y lanzarse desde esas alturas es algo muy diferente…
(Existe un Restaurante-Bar ‘El Balcón de San Antonio’ su dueño debe ser un buen lector).
* Fuentes: 1) De la Vega Daniel: Crónica incluida en su libro “Confesiones imperdonables” Empresa editora Zigzag S.A. Chile.
2)
**Daniel
de la Vega (1892-1971) Poeta,
novelista, cuentista, dramaturgo y periodista, fundador de la revista Pluma
y Lápiz y colaborador de los diarios La Mañana, El
Mercurio y Las Últimas Noticias, entre otros. De espíritu
bohemio y entrañables amistades en el medio literario, recibió tres Premios
Nacionales. Contó entre sus amigos a Fernando Santiván, Eduardo
Barrios, Ángel Cruchaga Santa María y Juan Guzmán Cruchaga,
destacados escritores que lo acompañaron toda la vida. Entre 1920 y 1923,
trabajó en la Biblioteca Nacional. En 1953, fue designado agregado
cultural de la Embajada de Chile en España.
El autor desarrolló el oficio literario a través de distintos formatos o géneros. Sin embargo, su labor como cronista -ejercida por más de cuarenta años en distintas publicaciones periódicas-, lo distingue como un escritor ágil y chispeante, que supo conservar la atención de sus lectores. En ellas abundan las anécdotas, recuerdos históricos, observaciones de la contingencia nacional y notas humorísticas. De este modo, estos cuatro volúmenes ofrecen una mirada analítica de la sociedad chilena de la primera mitad del siglo XX.
Su trabajo ha sido reconocido a través de distintos premios: 1) Premio Atenea (1941), 2) Premio Nacional de Literatura (1953), Premio Nacional de Periodismo (1962) y Premio Nacional de Artes, mención Teatro (1962)
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